RESUMEN:
El Mediterráneo greco-romano era, parafraseando el título de un libro famoso y controvertido de Keith Hopkins, “un mundo lleno de dioses”. Lo fue así a lo largo de la mayor parte de la historia antigua. El Imperio romano, en particular, era un mundo pluralista y globalizado, en el que convivía una variedad de devociones y prácticas religiosas, generalmente en paz, sin que llegara a formularse una teoría de la libertad o la tolerancia religiosa. La religión romana era inclusiva y, salvo en el caso de algunos cultos socialmente reprobables, permitía a los ciudadanos elegir la religión de su gusto, sin ejercer control sobre las creencias individuales. No era extraño en este universo politeísta que los ciudadanos practicaran varios cultos a la vez (los ligados a la familia y al ámbito doméstico, a los dioses locales, a los del estado, o a los de la asociación profesional de pertenencia), junto con rituales al margen de las religiones establecidas (como la magia) y de procedencia geográfica diversa. Esta situación cambió con la expansión del cristianismo, una religión con ambiciones universalistas, incompatible con cualquier otro sistema religioso, y combativa. Frente a toda previsión, el cristianismo, una secta minoritaria durante los tres primeros siglos del Imperio, acabó desbancando al politeísmo (paganismo) como religión del estado y marginándolo hasta impedir cualquier renacimiento futuro.
La interacción de las varias opciones religiosas en el Imperio romano ha querido explicarse con la metáfora del “mercado de las religiones”, que procede de la teoría económica y la sociología de la religión. Según este modelo, la religión es un producto y los devotos los consumidores; el mercado de las religiones se regula según el principio de la oferta y la demanda, mediante técnicas de atracción a los potenciales clientes. Si esta metáfora sirve, el cristianismo, sin duda, se reveló como la empresa más potente del mercado. En efecto, el mundo tardoantiguo, a partir de la conversión de Constantino (a. 312), se caracteriza por el auge y dominio del cristianismo, que, hasta la llegada de los árabes, fue la religión dominante del Mediterráneo y lo ha seguido siendo en Occidente. Frente al mercado libre de la época republicana y el alto Imperio, la Antigüedad Tardía ha sido considerada de forma unánime como un tiempo de intolerancia, exclusión y conflicto bajo el monopolio cristiano. No obstante, la metáfora del mercado de las religiones, con las matizaciones necesarias, sirve para explicar el Imperio cristiano, que no es menos variado y colorista en cuanto a las opciones religiosas disponibles. Junto al paganismo, el judaísmo y otras creencias y prácticas religiosas, como el maniqueísmo, que permanecieron vivas hasta el final de la Antigüedad, la religión cristiana ofrecía dentro de sí misma una gran variedad de tendencias, que obstinadamente las autoridades religiosas y civiles condenaban como heréticas (donatistas, arrianos, pelagianos, novacianos, priscilianistas, etc.). Ello junto a una pluralidad de formas de vida y grados de compromiso, desde los cristianos laxos a los ascetas más comprometidos y extremistas. La competición y las “técnicas de mercado”, como se verá en esta conferencia, no eran ajenas al mundo cristiano.